Extraños a las puertas

Extracto del relato Extraños a las puertas
Le reclaman, hay extraños a las puertas. Sale por la vieja y gruesa portezuela camuflada en la muralla. Toda precaución es poca contra los mutantes. Desde el muro, ojos vigilantes observan como su guardián más veterano se acerca a los autobuses desgastados. Enfundado en resistente ropa de cuero, y con un largo machete colgado a la espalda, el hombre llega a paso lento al primer vehículo. Sabe lo que se hace, demasiados años de experiencias atroces han afilado su instinto.

La carrocería luce una pintura macabra, a base de salpicaduras de sangre, especialmente en el frontal. Ya está cerca, y ve que no es polvo todo lo que ensucia la gran luna delantera. Intuye restos orgánicos en el lado interior: vísceras, piel despellejada. Mala señal, alguien ya ha sido corrompido por la plaga. Y ese alguien está al volante del autobús, culminando su transformación entre convulsiones agónicas. Desenvaina su machete y, con un tremendo embiste, el guardían de la ciudadela perfora la ventanilla y atraviesa la cabeza del desgraciado. Un problema menos. Se para y escucha con atención: oye susurros burbujeantes dentro. Están mutando otros, hace falta una desinfección. Se da la vuelta y hace un gesto de aviso a los centinelas en la muralla. Después, se dirige al otro transporte. Piensa, sin convicción, que quizá haya suerte en ese. Que quede alguien que se pueda salvar.

Según se aproxima, las puertas del vehículo revientan hacia fuera y surgen cuatro seres apenas humanoides. Cubiertos de heridas, pústulas y deformaciones, sus mentes trastornadas sólo piensa en alimentarse. El guardián, nada más verlos, se lanza a por ellos como una exhalación. Conceder a esas abominaciones siquiera un segundo es jugársela a acabar peor que muerto. A dos les consigue cortar de un tajo la cabeza, la hoja que empuña es una centella sanguinaria en su mano. El tercero se le echa al cuello, pero lo contiene con su brazo libre, mientras cercena las extremidades de la cuarta criatura. La acierta en el corazón, y golpea a la restante antes de rematarla.

Entra en el autobús y, para su sorpresa, se encuentra una joven al volante. Mira dentro y no encuentra más que un bodegón de restos humanos, nada amenazante. Vuelve raudo a la inesperada conductora y la revisa meticulosamente. Maldita sea, tiene profundas marcas de dientes desiguales en el hombro... Se fija con cuidado. ¡No hay infección!, sólo el inicio de una fea cicatriz. Le sonríe. Le dice que todo está bien, y la pobre rompe a llorar antes de desfallecer.

Mientras otros rematan la tarea con lanzallamas, lleva a la chica en brazos, contento. Tras mucho tiempo, una nueva superviviente entrará en la ciudadela.
En el texto, el mundo ha sido arrasado por una plaga que convierte a los humanos, y a otros seres vivos, en mutantes brutales y descerebrados. Pero la plaga y sus zombis son sólo una excusa: lo que quería era capturar ese momento de incertidumbre que una comunidad de supervivientes debe afrontar cuando llegan desconocidos a sus puertas.

Recordaba haber escrito este relato, pero no que lo había redactado en tiempo presente. Aparte de esa peculiaridad, esta narración no es más que una historia postapocalíptica que elaboré para un concurso de relatos breves.

Comentarios

  1. Más laísmos “la sonrie. La dice que todo está bien”.

    Si sirve de algo, no capté el mensaje hasta que leí la explicación (“lo que quería era capturar ese momento de incertidumbre que una comunidad de supervivientes debe afrontar cuando llegan desconocidos a sus puertas”).

    Solo veo un personaje que escapa de unos zombis, viendose obligado a usar la violencia, y que llega a un autobus. Y me pregunto: ¿Por qué la conductora no ha sido infectada si le ha mordido un zombi? Y, si hay centinelas, ¿por qué no acaban con los zombis, haciendo que el protagonista se tenga que defender solo?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Laísmos corregidos. Lo que llamas "mensaje" es sólo la idea en la que me basé para construir el relato, no una "lección" que quiera enseñar al lector. Aparte, si vuelves a leer el relato, verás que el personaje principal no huye en ningún momento, sale de la ciudadela enviado como unidad de reconocimiento, para ver qué o quien hay en esos autobuses y medir el riesgo.

      Cierto es que faltan detalles, pero este es uno de tantos relatos que hice para concursos que limitan a extensiones muy breves. Lo bueno de esas limitaciones es que te enseñan a identificar lo esencial en una historia y a saber dar leves pinceladas para insinuar el escenario en el que se desarrollan. Por supuesto, y como te ha pasado a tí, para algunos lectores pueden no ser suficientes para comprender el relato. Es un problema común con los relatos breves: cuanto menos describes, más cosas tienes que dar por supuestas en el lado del lector, algo que no funciona bien en escenarios fantásticos a no ser que sean ya conocidos de antemano por otras obras.

      Eliminar

Publicar un comentario